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Sin duda, en la política hay una crisis moral
4 de noviembre de 2025
Sin duda, en la política hay una crisis moral
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Cada día confirmo una triste verdad: la política atraviesa una profunda crisis moral. Lo veo en titulares de escándalos, en funcionarios que actúan sin escrúpulos ni vergüenza, y en la pérdida de ese norte ético que debería guiar el servicio público. 

Muchos líderes han extraviado la conciencia, privilegiando sus intereses personales por encima del bienestar colectivo.

El deber de un gobernante es resolver los problemas de la gente, pero ocurre lo contrario: las decisiones se toman para engrosar patrimonios personales y favorecer al círculo familiar, repartiendo contratos públicos entre parientes y compadres, transformando el gobierno en una empresa familiar. Mientras tanto, las comunidades esperan soluciones a sus necesidades. La política se ha vuelto sinónimo de enriquecimiento rápido para algunos: no se sirve al pueblo, sino que se sirven de él.

Esta situación no distingue ideologías ni fronteras; en todos lados es el mismo libreto: funcionarios que anteponen su lucro a su obligación con los ciudadanos. Los valores de honestidad y servicio han quedado arrinconados. La vocación de servir, que debería ser un honor, está convertido en oportunidad para la trampa. Y lo más preocupante es que estas conductas parecen haberse normalizado. ¿En qué momento se perdió la vergüenza?

Gobernar implica una responsabilidad ética: ser fiel a los valores y a la propia conciencia. Sin embargo, hoy la conciencia es apenas un susurro incómodo al que muchos políticos no escuchan. Las promesas de integridad se diluyen en cuanto alcanzan el poder, y para ciertos dirigentes políticos la palabra «moral» es un adorno retórico, no una guía real de sus actos.

La traición a los principios éticos tiene consecuencias reales. ¿Cómo puede dormir tranquilo una persona que se roba el dinero de la alimentación escolar o del agua potable y, por eso, condena a comunidades enteras al hambre y la sed? Esa falta de remordimiento evidencia una profunda descomposición moral. Se pisotean valores básicos como la honestidad y la compasión, mientras se alardea de poder y riqueza. Llegan a los cargos públicos con una mano adelante y la otra detrás, pero al poco tiempo ya viven como jeques árabes, en grandes mansiones, tienen un carro de alta gama y cubiertos de joyas.

¿Qué alimenta esta crisis moral para que parezca interminable? ¡La impunidad! 

Mientras los órganos de control y judiciales no actúen con la misma rapidez que los corruptos, estos se sienten confiados para llevar a cabo sus fechorías. Se ríen de la vida porque saben que no les pasará nada. Y esa certeza de salir ilesos es música para los oídos de los inmorales: la honestidad no vale la pena.

Con esos precedentes, el corrupto se siente amparado por un sistema demasiado lento. A fin de cuentas, la justicia tardía no es justicia, sino la invitación a reincidir.

La consecuencia más grave de esta crisis moral es la pérdida de confianza de la ciudadanía. Yo, al igual que muchos, a veces siento la tentación del cinismo: pensar que la política está irremediablemente podrida y que nada va a cambiar porque en todos los partidos y movimientos políticos hay corruptos activos. Pero esa resignación es peligrosa. Si aceptamos la corrupción como «parte del sistema», renunciamos a exigir algo mejor y no podemos darnos ese lujo. Recuperar la moral en la política es imperativo. La ley debe cumplirse, pero también hay que rescatar la decencia en el liderazgo y dejar de aplaudir la «viveza» para honrar la integridad. Debemos inculcar que el éxito no se mide en riqueza mal habida, sino en servicio ejemplar.

Tengo la esperanza de que esta crisis moral sirva de catalizador de cambio. En todo el mundo surgen voces: jueces y periodistas destapando verdades, ciudadanos que se niegan a votar por corruptos: luces de ética en medio de la oscuridad.

Me rehúso a perder la fe: creo que es posible una política honesta, que el poder vuelva a ser sinónimo de servicio y no como botín de guerra. Para lograrlo, hay que acabar con la impunidad y exigir cuentas. Debemos recordar a nuestros gobernantes y a nosotros mismos, que en la política no puede faltar la moral.Y como dijo el filósofo de La Junta: «Se las dejo ahí…” @LColmenaresR


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