La moral y la ética en la función pública no son simples adornos retóricos, sino los cimientos de una administración que realmente sirva al pueblo. Sin embargo, en La Guajira, estas palabras han sido despojadas de su verdadero significado y convertidas en discursos sin consecuencia alguna. Los hechos demuestran que los servidores públicos no llegan a los cargos con la intención de resolver los problemas de la gente, sino con el propósito de llenarse los bolsillos. No es una suposición: es una verdad que se constata con solo mirar alrededor.
Basta con analizar el patrón que se repite una y otra vez. Funcionarios que asumen sus cargos sin patrimonio visible, sin haber presentado nunca declaración de renta porque simplemente no tenían nada para declarar, y en cuestión de meses se transforman en prósperos dueños de mansiones, fincas y vehículos de lujo, organizando fastuosas parrandas cada fin de semana. Luego, cuando sus períodos terminan, desaparecen de la región, refugiándose en Barranquilla o Bogotá, lejos del ojo vigilante de quienes alguna vez los vieron jurar que trabajarían por el bienestar del pueblo.
La función pública no solo exige preparación y conocimiento, sino una ética inquebrantable. El dinero del erario no es un botín para repartir entre amigos y familiares, sino un recurso sagrado destinado a resolver problemas de la gente como la falta de agua, la desnutrición infantil, el desempleo crónico, y la pobreza extrema. Pero en La Guajira esos recursos se desvanecen en contratos amañados, obras inconclusas y proyectos fantasmas que solo existen en el papel. Y mientras esto sucede, la gente sigue viendo cómo desfilan sus gobernantes con un cinismo vergonzoso, exhibiendo riquezas que solo pueden explicarse a través del saqueo descarado de los dineros públicos.
El problema es que la corrupción dejó de ser un escándalo ocasional para convertirse en una norma aceptada, casi en un requisito para ejercer cualquier cargo público. La ciudadanía, cansada y resignada, ya no se sorprende cuando un funcionario se enriquece de la noche a la mañana. Es hora de preguntarnos hasta cuándo vamos a tolerar este abuso. La ética y la moral en la función pública no pueden seguir siendo conceptos vacíos. La transparencia, la honestidad y la rendición de cuentas deben convertirse en la regla, no en la excepción. Es cierto que el sistema está podrido, pero también es cierto que la indignación ciudadana tiene poder. No podemos seguir permitiendo que los mismos de siempre se sigan repartiendo el poder como si fuera una herencia familiar, ni que las nuevas generaciones vean en la corrupción la única vía para prosperar. El primer paso es recuperar la capacidad de exigir. No podemos seguir votando por los que han demostrado una y otra vez que solo buscan el beneficio propio. Necesitamos una ciudadanía activa, informada y vigilante, que entienda que la ética no es un lujo, sino una necesidad para el desarrollo.También es necesario que los organismos de control y autoridades judiciales dejen de ser cómplices de este desfalco permanente y actúen con la firmeza que la situación demanda. No basta con capturas mediáticas y procesos que nunca llegan a condenas efectivas. Se requieren sanciones ejemplares que envíen un mensaje claro: quien se roba el dinero del pueblo debe pagar las consecuencias.La corrupción no es un destino inevitable. Es el resultado de decisiones individuales y colectivas. Cada funcionario que elige el camino del robo, así como cada ciudadano que decide mirar hacia otro lado cuando esto sucede, están tomando una decisión consciente. La ética en la función pública empieza por entender que el poder es un mandato de servicio, no es una licencia para el saqueo. En La Guajira, la corrupción ha sido una constante, pero es hora de exigir gobiernos que trabajen por la gente, que administren con honradez y entiendan que el dinero público es sagrado, para romper el círculo vicioso que ha condenado al departamento al atraso y a la miseria. La ética y la moral no pueden seguir siendo solo palabras bonitas en discursos vacíos; deben ser la base para construir un futuro diferente.
Y como dijo el filósofo de La Junta: «Se las dejo ahí…” @LColmenaresR
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