Existen todas las evidencias para demostrar que el fenómeno electoral en La Guajira pasó de ser un ejercicio de ciudadanía a un acto de transacción comercial, analizando patrones, comportamientos repetitivos y resultados que hablan por sí solos. Por eso hago un llamado a la reflexión del votante guajiro.
En La Guajira se vota por razones que poco o nada tienen que ver con la capacidad de gobernar. Se vota por amistad, porque el candidato es vecino o amigo de la infancia. Se vota por inversión especulativa, esperando que en los contratos públicos haya rentabilidad para quienes lo rodean. Se vota porque promete empleo, aunque sabemos que esas promesas mueren el día después de la elección. Se vota porque literalmente les compran el voto con dinero en efectivo, siendo un acto que degrada la dignidad cívica. Y sí, también algunos votan por ideología, aunque esta razón representa apenas un porcentaje marginal en La Guajira.
Aquí está el nudo del asunto: cuando depositamos un voto que no representa la elección de la persona con mayores capacidades para resolver los problemas reales de la gente, hemos perdido el derecho a reclamar. Si elegimos por amistad, nos encontraremos gobernados por alguien cuyo único mérito es ser amigo. Si elegimos por expectativa de negocio, tendremos gobernantes que ven la administración pública como una oportunidad empresarial personal. Si elegimos por migajas de promesas, recibiremos abandonos institucionales como recompensa. Si vendemos el voto, entonces el voto ya no nos pertenece y quien lo compró está en deuda con sus financistas, no con nosotros. En La Guajira hasta los estudiantes universitarios venden el voto…
Y aquí viene la parte que duele: hay un contubernio evidente entre los gobernantes corruptos y los órganos de control y judiciales. No me atrevo a decir que todos están involucrados, pero la evidencia sugiere que el sistema funciona de manera tal que el corrupto llega tranquilo a robar porque sabe que no le pasará nada. Llega protegido por un escudo invisible de complicidades, silencios institucionales y procedimientos que avanzan como tortuga. Esta impunidad sistemática es el combustible que perpetúa el ciclo de corrupción.
Cada vez que hay elecciones al Congreso, La Guajira se llena de candidatos foráneos, de políticos que no duermen aquí, que no conocen nuestros problemas, que no tienen arraigo emocional ni compromiso real con el departamento. Vienen exclusivamente a comprar votos. Algunos gastan recursos astronómicos en campañas que desaparecen del territorio en cuarenta y ocho horas después de las elecciones. Ya cumplieron su objetivo: los votos fueron comprados y el ciclo se completa. Estos personajes nunca volverán, nunca responderán, nunca afrontarán consecuencias de sus promesas incumplidas.
La reciente revelación de la Contraloría General de la República es un grito silencioso de verdad que no podemos ignorar. En La Guajira se han identificado más de sesenta obras inconclusas: edificios a mitad de construcción, proyectos de infraestructura que empiezan y nadie termina. Además, hay obras de ornamentación que no resuelven absolutamente nada.
Esto es lo que han comprado los votos mal utilizados, lo recibido a cambio de la dignidad cívica puesta en venta. Sesenta obras inconclusas son sesenta pruebas de que el dinero se fue a los bolsillos equivocados. Son sesenta demostraciones de que alguien no fue elegido para resolver problemas, sino para financiar su propia red de corrupción.
Entonces, ¿qué le digo al votante guajiro? Le digo que la reflexión es urgente. No se puede seguir siendo mercancía electoral. No se puede permitir que candidatos foráneos lleguen a cosechar votos sin dejar nada. No se puede continuar eligiendo amigos incompetentes mientras los verdaderos problemas se quedan sin resolver. El voto es poder, es el instrumento democrático más valioso que tenemos. Darle ese poder a quien no lo merece es traicionarnos a nosotros mismos.
La Guajira merece gobernantes elegidos por capacidad, por compromiso genuino, por visión real de desarrollo. Mientras no se entienda esto, seguiremos viendo sesenta obras inconclusas, seguiremos siendo gobernados por corruptos que roban sin castigo y seguiremos cayendo como departamento. El voto no se compra. El voto se merece. Y los guajiros merecemos mucho más que esto.
Y como dijo el filósofo de La Junta: «Se las dejo ahí…” @LColmenaresR
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